lunes, 4 de septiembre de 2017

COCINA



Cocineros en la Historia


Desde las primeras civilizaciones y en las distintas culturas que existieron, en Sumeria, Babilonia, Egipto, Persia y Asiría, tenemos constancia de su cocina, sobre todo la de sus reyes o faraones. Hace más de 5000 años los banquetes del rey Zimri-Lin eran famosos por su abundancia y variedad, los manjares eran preparados con gran refinamiento, conocían ya muchos métodos de cocción, cocían al vapor, al horno, cocían a la brasa, hervían y hacían guisados con salsas condimentadas. La preparación de estos banquetes exigía la presencia de personal especializado, los cocineros se llamaban nuhatimmun y son los primeros datos que tenemos sobre los primeros cocineros profesionales de la historia. En Egipto existían muchos oficios relacionados con la alimentación, en los templos y palacios había personal especializado, encargados de cocer las cocas, otros de cocer los pasteles, otros para los panes y muchos cocineros, también había catadores de vinos, de cervezas y el bodeguero, todo ello era controlado por la figura de un director que vigilaba que todo funcionara a la perfección y que cerraba con llave la despensa. En la antigua Grecia el arte culinario tiene siete cocineros legendarios, ellos fueron los que enseñaron su arte a todos los demás, cada uno tenía su especialidad:

  • Egis, de Rodes: enseño a cocer el pescado
  • Nereo, de Chios: inventó la sopa de congrio
  • Chariades, de Atenas: dominaba todas las técnicas culinarias
  • Lampria: inventó la salsa negra hecha a base de sangre
  • Apctonete: inventó los embutidos
  • Euthyno: enseño a cocinar las lentejas
  • Ariston: inventó la cocina al vapor y muchos guisados

VATEL (1622-1671): 

El famoso cocinero francés Vatel y su amo, el célebre príncipe de Conde, son un excelente ejemplo. Vatel es uno de los grandes cocineros de los que se tienen menos datos; ni una sola de las recetas que preparó ha pasado a la posteridad.
Algunos dicen que era suizo de nacimiento, siendo su nombre de bautismo «Fritz Karl» Watel, pero sea cual fuere lo que sí es cierto es que sirvió al príncipe de Conde, probablemente como cocinero mayor de su corte.
«Monsieur le prince» era una caballero extraordinariamente excéntrico hasta el punto en que, cuando Louis XIV aceptó una invitación suya para visitar sus propiedades en Chantilly, estuvo dispuesto a arruinarse económicamente con el único fin de impresionar al «Roí Soleil». Todo lo que al Rey Sol se le antojara en materia de vinos, mujeres y comida debía conseguirse como fuera y Louis tenía para todas estas cosas un apetito prodigioso. Vatel recibió instrucciones de no escatimar ni gastos ni esfuerzos en alimentar al glotón del Rey y en conseguirlo llegó al borde de la crisis nerviosa.
Todos los manjares disponibles fueron servidos al Rey. En el campo los refrescos se servían en lugares tapizados de junquillos. Pero, en un momento dado, Vatel, que no había dormido en doce días, no consiguió servir rustido a unas pocas mesas del séquito del Rey durante una de las suntuosas fiestas. Esto enfureció enormemente al príncipe e hizo que Vatel redoblara sus esfuerzos por complacerle aun estando al borde del colapso nervioso. Finalmente el desastre llegó cuando Vatel encargó pescado fresco para el Rey en los puestos pesqueros más cercanos.
Vatel se levantó a las cuatro de la madrugada para ir a inspeccionar la calidad del pescado que iba a ir llegando y se encontró con que solamente se habían entregado dos cestos para alimentar a todo el séquito del Rey; no había ni para empezar «¿Esto es todo lo que hay?», preguntó al pescadero; a lo que éste respondió que ya no llegaría nada más refiriéndose a que no llegaría nada más de su pueblo.
Desgraciada mente Vatel no lo entendió así. «No pudo sobrevivir a esta desgracia», le dijo a su ayudante y se retiró a su habitación, allí fijó su espada en la puerta y se lanzó sobre ella, y nunca más tuvo que soportar a su irritante amo. Irónicamente, diez cargas más de pescado llegaron de otros puertos un cuarto de hora después de la muerte de Vatel.
Aunque al día siguiente se comentó en la mesa la plena dedicación del jefe de cocina, las fiestas y banquetes continuaron como si nada hubiera ocurrido En cuanto al príncipe de Conde su extravagancia fue aumentando de año en año. Hacia el fin de su vida, anunció un día que él estaba muerto y que dado que los muertos no comen, él tampoco iba a comer.
Los médicos le engañaron explicándole que de hecho, los muertos sí comen, y desde este día hasta el de su muerte de verdad «Monsieur le Prince» no quiso comer sino era en presencia de cadáveres que los médicos le proporcionaban.

Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826):

Anthelme Brillat-Savarinn autor de estos aforismos sobre la «cuisine» y de otros muchos muy conocidos, ha sido, con toda probabilidad el más grande de los gastrónomos, excepción hecha del romano Apicius cuya verdadera identidad aún no ha sido bien establecida todavía.
Brillat-Savarin nunca pudo disfrutar en vida de una gran fama, pero disfrutó tanto de la vida que no necesitó realmente la fama.
Anfitrión bondadoso, invitado afable y compañero agudo, consideraba la buena comida y los buenos vinos una de las cosas más importantes de la vida. Una vez que alguien le preguntó qué vino prefería, si el borgoña o el clarete, respondió: « ¡Ah!, Señora mía, esta es una cuestión cuya investigación me produce tanto placer que voy posponiendo de día en día el pronunciamiento de un veredicto.»
A fama le llegó con la publicación en 1825 de su libro La Physiologie du Gout (La fisiología del gusto), obra que desafía toda clasificación pero pertenece a este puñado de libros que nunca pasan de moda. Brillat-Savarin murió al año siguiente de la publicación del libro a la edad de 71 años, no sin haber dado antes al mundo la más pujante discusión que jamás se haya escrito sobre la comida y sus cintos en las personas de buen comer, obra maestra cuya realización Ir llevó treinta años.
El más grande de los «bon vivants» franceses comió como era natural en la ciudad de Belley —«Belley es su nombre y Belley es su naturaleza», escribió casi un siglo más tarde Michael Stein. Nombrado alcalde de Belley después de la Revolución Francesa, tuvo que huir a América durante el Reino del Terror.
En América vivió en Connecticut durante varios años y más tarde escribió sobre su estancia en este país algunos de sus más inspirados textos.
Gordo y gregario, el sabio de Belley permaneció soltero toda la vida, quizás porque le gustaban demasiado la comida y las mujeres para casarse y posiblemente por estar enamorado de su prima, la bella y mundana Madame Récamier.
A su regreso a Francia, se convirtió en una figura familiar en los cafés de París, acompañado de su pequeño perro siempre a su lado esperando pacientemente alguna golosina de su amo. Muchos le ridiculizaban, pero siempre estaba presente en todos los banquetes más importantes. Se explica que fue invitado del vizconde Francois Rene de Chateaubriand en aquella memorable cena en la que se inventó el suculento filete de Chateaubriand en honor del novelista.
Brillat-Savarin, que era abogado, y que escribió sobre política económica y leyes, e incluso se atrevió con algunos cuentos licenciosos, descendía de una larga dinastía de gastrónomos. Su verdadero nombre era Brillat solamente pero se añadió el guión y el Savarin porque su tía abuela, que también era persona de buen comer, le dejó toda su fortuna a condición de que añadiera su apellido al suyo.
La hermana de Brillat-Savarin, Pierrette también gustaba de la buena comida y de hecho murió en la mesa, cuando tenía casi cien años. Sus últimas palabras pueden contarse entre las más insólitas de la historia: «Y ahora, ¡que me traigan el postre!»
Aunque Brillat-Savarin era también hasta cierto punto un excéntrico (a menudo llevaba en los bolsillos pájaros muertos hasta que estuvieran lo suficientemente «maduros» para ser cocinados como a él le gustaba) su reputación nunca sufrió menosprecio a causa de sus muchas excentricidades. Ningún libro de cocina ha superado todavía su biblia de la gastronomía, ni tan siquiera el clásico Larousse Gastronomique de Prosper Montagné.«Dime lo que comes y te diré quién eres» declaró una vez Brillat-Savarin.
Los tests gastronómicos de su libro tienen fama de ser pequeñas obras maestras de la penetración psicológica y de ser casi tan brillantes como sus discusiones soba comida.
El libro de Brillat-Savarin puede también considerarse como el primer libro de régimen (en él, el autor da consejos de cómo mantenerse delgado, aunque condena duramente las mujeres esqueléticas), además da recetas y menús para varios tipos de presupuesto; uno de los menús más extravagantes incluye páté de foie gras de Estrasburgo.
En forma de baluarte, codornices trufadas, lucio de río suavizado con crema de ástacos, espárragos tempranos con una salsa especial, dos docenas de hortelanos y de postres una gran pirámide de merengue de vainilla y rosas. Irónicamente, Brillat-Savarin tuvo que costear de su bolsillo la impresión de su inmortal obra La Physiologie du Goüt y más tarde cuando su hermano vendió todos los derechos de la obra a un editor, sólo consiguió 120 dólares, aparte de que tuvo que dar además el auténtico Stradivarius del autor.

Marc-Antoine de Caréme (1784-1833):

Marc-Antoine de Caréme, «el rey de los cocineros y el cocinero de los reyes», como se le ha llamado, nació en París y era según sus propias palabras, «uno de los 25 hermanos de una de las familias más pobres de Francia».
Algunos estudiosos dicen que era descendiente directo de un famoso cocinero mayor del papa León X; este antepasado suyo inventó, según dicen, una exquisita sopa de Cuaresma ( raíz de lo cual el Pontífice le otorgó el nombre de Jean de Caréme (Cuaresma), nombre que la familia adoptó desde entonces. De cualquier modo, Caréme trabajó desde que tenía siete años como pinche de cocina.
Adolescente ya, fue aceptado como aprendiz de jefe de cocina estudiando con maestros como Boucher, Laguipiére, Robert, Kichaut, Bardet, Lasne, Savart, Riquert y Robillard, hasta que finalmente creó la sutil síntesis que marcó el final de la cocina del Viejo Régimen y el comienzo de La Grande Cuisine Franfaise, que es la cocina francesa clásica tal como hoy la conocemos.
Las creaciones de Caréme reflejan muy bien sus considerables habilidades artísticas, sus pasteles a menudo se parecían más a una escultura que a un postre. Su exquisito gusto y meticuloso criterio (ilustrados en su muchos libros), así como sus cenas de 48 platos, hicieron a la cocina francesa la soberana en Europa.
Entre los famosos para los que cocinó se encuentra Talleyrand, el zar Alejandro I, el futuro rey jorge IV de Inglaterra, lord Castlereagh, el barón Rostchild (el hombre más rico del mundo) y Louis XIII de Francia que le otorgó el  honor de llamarse «Caréme de París».
De todos modos su lema era siempre «Un amo: Talleyrand. Una ama: Cocinar». Caréme fue siempre fiel a su benefactor y resultado de esto es que fue el único cocinero de la historia que además hizo de espía al transmitir al ministro francés de asuntos exteriores información que obtenía en importantes cenas y banquetes por toda Europa.
Caréme creía que los amantes de la buena cocina sólo podían ser felices en Francia pero como espía disfrazado de chef transmitió a su país información desde la corte de San Petersburgo, los comedores del palacio del Emperador de Austria y la casa de losRothschild entre otros muchos sitios que interesaban a Monsieur Talleyrand.
De todos modos, los triunfos culinarios de Caréme fueron mucho más importantes que los diplomáticos. Durante sus viajes, Caréme descubrió e introdujo en Francia exquisiteces tales como el caviar, y el Paskha, un pastel de queso cremoso muy típico de la cocina rusa y que los franceses adoptaron muy rápidamente y hoy es el famoso coeur á la créme.
Cuando estuvo en Inglaterra inventó un lujoso pastel que bautizó con el nombre de Manzana Charlotte en honor de la princesa Charlotte de aquel país. Durante su estancia en Rusia mientras estaba al servicio del zar Alejandro, como era incapaz de olvidar a la princesa, inventó un pastel de jalea con crema por encima en forma de corona y que llamó Charlotte Russe (este pastel sigue haciéndose hoy en día en muchas pastelerías). Entre sus éxitos más memorables está la organización de muchos banquetes pantagruélicos.

En una fiesta militar que se celebró al aire libre en los Champs-Elysées preparó y sirvió comida para 10.000 invitados para lo que necesitó entre otras cosas: 6 vacas, 75 terneros, 250 ovejas, 8.000 pavos, 2.000 capones, 1.000 pollos, 1.000 perdices, 500 jamones, 1.000 carpas, 1.000 lucios, 18.000 botellas de Macón y 145 barriles de vino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario